martes, 9 de noviembre de 2010

Pereza

No se debe confundir pereza con ocio, distingue Fernando Savater al caracterizar el séptimo pecado capital. El ocio, ese tiempo que no se dedica a lo laboral, puede ser rico en otras experiencias, afirma el autor de "Ética para Amador". La pereza, en cambio, es inactividad y falta de motivación.
Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales. Se refiere a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Tomado en sentido propio es una “tristeza de ánimo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital.
Es perezoso quien renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, quien abandona su propia formación cultural. La persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar atención a una puesta de sol. Aquel que tiene pereza de convertirse en más humano.
En la Antigüedad, lo que se oponía a la pereza era la actividad, no el trabajo. Para un griego el trabajo era cosa de esclavos. Pero nunca hubiese dicho que era mejor la inactividad. Aristóteles se hubiera horrorizado de saber que tendría que trabajar, pero también se hubiese escandalizado de saber que la pereza le impediría  ponerse a pensar.
En la actualidad se ve al trabajo como lo contrario a la pereza, pero claro, nosotros estamos obligados a trabajar. Por ejemplo, en el siglo XVI, la gente consideraba que lo contrario a la pereza era levantarse temprano para ir a cazar, perseguir a las mozas y luchar contra el infiel. Esas eran las actividades que había que desarrollar, no ponerse a construir una vivienda con argamasa o levantar la cosecha. Los caballeros y los nobles despreciaban el trabajo, pero tampoco predicaban estar tumbados todo el día.

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